Al pasar los años pensaba que todo estaba olvidado. Pensaba que no había quien mereciese un recuerdo o lágrima a su favor, en el Oeste los recuerdos duraban lo que dura un vaso de licor en la barra del bar.
Esa noche era su noche, era un presentimiento, pero no su final. Le temían y respetaban, se decía que nadie podría tirarle al suelo jamás ni con todas las balas que hubiese en aquella ciudad ni vecinas.
Tal día como otro cualquiera, fiel a su mismo abrigo sin el cual no le reconocerían, miró a su alrededor viendo lo mismo. Nadie le brindó un saludo en su paseo hasta el fondo de la barra, ni siquiera el camarero, que le atendía cada noche como si de un desconocido se tratase. Aún así levantaba silenciosas pasiones, envidias, y el las buscó durante largo tiempo. El abandono le hizo echarlas de menos. Culpable para quien no tenía oídos para una posible aclaración.
Llevaba siempre unas cuantas monedas en el bolsillo de su abrigo, y algo en el bolsillo izquierdo que aunque tocaba antes de pagar, nunca enseñó su contenido. Aquel señor de detrás de la barra no dejaba de adivinar sin sorpresa cada movimiento y escasa palabra que este viejo borracho haría y diría.
En la puerta del local una vieja gramola reproducía música de acordeón. Una mano acortó el final. Todas las sillas de los allí apostados giraron casi al unísono hacía la puerta. Todos giraron menos él. Aquel forastero sacó su arma y apuntó, nadie dijo palabra.
Esa noche era su noche, era un presentimiento, pero no su final. Le temían y respetaban, se decía que nadie podría tirarle al suelo jamás ni con todas las balas que hubiese en aquella ciudad ni vecinas.
Tal día como otro cualquiera, fiel a su mismo abrigo sin el cual no le reconocerían, miró a su alrededor viendo lo mismo. Nadie le brindó un saludo en su paseo hasta el fondo de la barra, ni siquiera el camarero, que le atendía cada noche como si de un desconocido se tratase. Aún así levantaba silenciosas pasiones, envidias, y el las buscó durante largo tiempo. El abandono le hizo echarlas de menos. Culpable para quien no tenía oídos para una posible aclaración.
Llevaba siempre unas cuantas monedas en el bolsillo de su abrigo, y algo en el bolsillo izquierdo que aunque tocaba antes de pagar, nunca enseñó su contenido. Aquel señor de detrás de la barra no dejaba de adivinar sin sorpresa cada movimiento y escasa palabra que este viejo borracho haría y diría.
En la puerta del local una vieja gramola reproducía música de acordeón. Una mano acortó el final. Todas las sillas de los allí apostados giraron casi al unísono hacía la puerta. Todos giraron menos él. Aquel forastero sacó su arma y apuntó, nadie dijo palabra.
Con lentitud pero decidido fue poco a poco acercándose hacía quien comenzaba a girarse en el fondo de la barra. Saludó con una mano en su sombrero y no soltaba el tequila con la otra. Dejó entrever, abriendo su camisa, lo que en su piel acariciaba en cada tocada de bolsillo, y su sonrisa enmudeció los pasos de su verdugo.
Su asesino no terminó de acercarse a su víctima, parecía esperarle. Un certero disparo a la parte ya marcada como una diana no falló. El sudor y su olor se mezclaron con su miedo, pero no vieron su sangre.
El cazador, con el rostro descubierto salió tranquilo por donde hubo venido. Aquel viejo borracho no llegó nunca a caer, incluso esa vez, y siguió tomando, y esperando.
Su asesino no terminó de acercarse a su víctima, parecía esperarle. Un certero disparo a la parte ya marcada como una diana no falló. El sudor y su olor se mezclaron con su miedo, pero no vieron su sangre.
El cazador, con el rostro descubierto salió tranquilo por donde hubo venido. Aquel viejo borracho no llegó nunca a caer, incluso esa vez, y siguió tomando, y esperando.
2 comentarios:
Todo lo que está vivo muere.
Donde hay....uf! cómo duele!!
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