lo que ponía en el papel

grande, Pequeño. Justo traidor, injusto. Ajusticiado. Insolente, práctico. Sencillo aprendiz, maestro de cosas que no existen, ¿entonces?. Prestidigitador. Sincero, tramposo, infante farsante. Traicionado. Blanco. Lógico. Irredento. Huidizo. Arrepentido. Escapista capturado. Vendido. Envidiado. Reclamado, apartado. Humillado, humillante. Negro. Ingenuo. Decepcionado al cuadrado. Comprometido en su causa. Extremista, conformista. Pirata de interior. Idiota.

según la circunstancia.

Adivinaba que se lo preguntaría alguna vez, y así me lo ahorré

donde no hay no mata

Al pasar los años pensaba que todo estaba olvidado. Pensaba que no había quien mereciese un recuerdo o lágrima a su favor, en el Oeste los recuerdos duraban lo que dura un vaso de licor en la barra del bar.
Esa noche era su noche, era un presentimiento, pero no su final. Le temían y respetaban, se decía que nadie podría tirarle al suelo jamás ni con todas las balas que hubiese en aquella ciudad ni vecinas.
Tal día como otro cualquiera, fiel a su mismo abrigo sin el cual no le reconocerían, miró a su alrededor viendo lo mismo. Nadie le brindó un saludo en su paseo hasta el fondo de la barra, ni siquiera el camarero, que le atendía cada noche como si de un desconocido se tratase. Aún así levantaba silenciosas pasiones, envidias, y el las buscó durante largo tiempo. El abandono le hizo echarlas de menos. Culpable para quien no tenía oídos para una posible aclaración.
Llevaba siempre unas cuantas monedas en el bolsillo de su abrigo, y algo en el bolsillo izquierdo que aunque tocaba antes de pagar, nunca enseñó su contenido. Aquel señor de detrás de la barra no dejaba de adivinar sin sorpresa cada movimiento y escasa palabra que este viejo borracho haría y diría.
En la puerta del local una vieja gramola reproducía música de acordeón. Una mano acortó el final. Todas las sillas de los allí apostados giraron casi al unísono hacía la puerta. Todos giraron menos él. Aquel forastero sacó su arma y apuntó, nadie dijo palabra.
Con lentitud pero decidido fue poco a poco acercándose hacía quien comenzaba a girarse en el fondo de la barra. Saludó con una mano en su sombrero y no soltaba el tequila con la otra. Dejó entrever, abriendo su camisa, lo que en su piel acariciaba en cada tocada de bolsillo, y su sonrisa enmudeció los pasos de su verdugo.
Su asesino no terminó de acercarse a su víctima, parecía esperarle. Un certero disparo a la parte ya marcada como una diana no falló. El sudor y su olor se mezclaron con su miedo, pero no vieron su sangre.
El cazador, con el rostro descubierto salió tranquilo por donde hubo venido. Aquel viejo borracho no llegó nunca a caer, incluso esa vez, y siguió tomando, y esperando.

La fábula del escorpión y la hormiga

Las demás hormigas habían cruzado ya hasta la otra orilla, a través de un viejo y estrecho tronco caído de un lado al otro del río. La última de los pequeños insectos solía ir retrasada siempre del resto del grupo, y vio como antes de poner la primera de sus patas en el tronco este cedió, siguiendo sin pausa la dirección de las demás ramas y hojas secas sobre el agua.
El grupo del otro lado quedó mudo, al igual que la hormiga, solitaria ahora. Se dispusieron a pensar soluciones rápidas para recuperar a su amiga, mientras mandaban a la orilla contraria voces tranquilizadoras de ánimo. Complaciente esbozaba alguna sonrisa, pero los nervios se hacían evidentes en su rostro.
Seguían las hormigas reunidas buscando el remedio que las reuniese de nuevo, cuando un aguerrido escorpión que observaba de lejos en la superficie del río, decidió acercarse a la pequeña, ofreciendo generosamente su ayuda. -"Ya he visto lo que ha sucedido, no temas, puedo ayudarte a cruzar si así lo deseas"-. La hormiga, un tanto asustada, miró a sus compañeras que seguían al otro lado, ahora observando la situación con algo de inseguridad, no se fiaban del violento animal, aunque vieran nobles sus intenciones.
Seguía mirando la hormiguita a sus amigas, las que no daban su consentimiento por un temor evidente. Indecisa, decidió preguntar al animal por sus intenciones al ayudarla. A lo que este aclaró -"Entiendo pequeña, tu miedo a montar en mi lomo, y no creas que no pensaría de igual modo si fuese una de tus amigas. Intentan protegerte, no confían en mi naturaleza, pero piensa esto, si una vez subida en mi espalda decidiese clavarte mi aguijón yo moriría también contigo, ¿no es cierto?-". Ante esto tanto la hormiga, como el grupo que la esperaba al otro lado no pudieron contestar, y aunque no les gustaba la idea no veían otra solución. -"De acuerdo escorpión, tienes razón, confío en ti, no tendría ningún sentido que me hicieses daño"-. Y así fue como la pequeña hormiga subió a lomos de su barquero particular, situándose justo en el centro su espalda, y agarrándose con fuerza para no zigzaguear demasiado comenzaron el pequeño viaje.
Algunas de las hormigas, viendo que el camino transcurría con normalidad, prosiguieron el camino, otras decidieron esperarla. Justo en la mitad del trayecto un sonido seco, cual partir de una vara caduca, hizo eco sordo en las demás hormigas, que se quedaron inmóviles al contemplar aquello. El escorpión había atravesado con su aguijón el corazón de la pequeña, llegando también la punta hasta el del propio animal. -"Pero,.no entiendo, también tu morirás"-, -"lo sé, y lo siento,. pero es que yo no puedo dejar de ser escorpión-".

El hilo de voz se diluyó casi al unísono, y ante la gélida mirada de sus solitarias compañeras, ambos, siguieron la misma dirección tomada minutos antes por el tronco, río abajo.